El Presidente de Estados Unidos comienza su segundo mandato con deberes pendientes en materia fiscal, sanitaria y educativa, entre otros.
La campaña demócrata a la presidencia de Estados Unidos en 2008 giró sobre una pieza clave: la idea del cambio, de la renovación total de la política de Washington. Esta vuelta de tuerca se avistaba ya desde el principio atendiendo al nuevo perfil del candidato, que hizo de Barack Obama el primer afroamericano en tomar el cargo presidencial el 4 de noviembre de 2008. Para ese día, el Presidente ya tenía mucho trabajo por hacer y muchas promesas por cumplir para demostrar que “sí podemos”.
De camino a la Casa Blanca Obama se comprometió con un programa exigente y revolucionario, una gran carga que el dirigente ha tenido que ir soltando en varias ocasiones para elevar el vuelo. Dejó atrás sacos pesados como la remodelación de los impuestos, la sanidad pública universal, la reforma educativa, la independencia energética, una más fácil adquisición de la ciudadanía estadounidense, el cierre de Guantánamo. Tras su reelección el pasado noviembre, Barack cuenta con una nueva oportunidad de cuatro años para hacer realidad los sueños rotos.
En un discurso en Denver, tras aceptar la nominación a candidato presidencial demócrata, garantizó “una ley fiscal que no recompense a los grupos de presión que lo redactaron, sino a los trabajadores estadounidenses y a las pequeñas empresas que lo merezcan”. La crisis financiera que atraviesa la primera potencia del mundo, hace de la economía la mayor preocupación de los norteamericanos. El que fue senador por Illinois tiene pendiente una bajada de impuestos para el 95% de los asalariados, y una mayor carga para los ricos con rentas superiores a los 250.000 dólares anuales. También habló de reducciones fiscales por asalariado y familia, y de suprimir los tributos a las personas mayores con ingresos por debajo de los 50.000 dólares al año.
El Tribunal Supremo declaró este junio la constitucionalidad de la reforma sanitaria planteada por Obama, más conocida como “Obamacare”, y que, aunque con limitaciones, supone el mayor cambio en este terreno desde 1965. Busca de forma primordial el acceso de todos a la salud a partir de 2014. Todo está escrito, y todo está por firmar. La situación es la siguiente: los ciudadanos quedan obligados a contratar un seguro médico privado para poder ser asistidos (“mandato individual”), al tiempo que Barack asegura “una atención sanitaria asequible y accesible”. Quien ya cuenta con un seguro, todavía espera desde 2008 ver reducidas las primas a pagar; y quien no tiene, recuerda que le corresponde “la misma cobertura que a los propios miembros del Congreso”. A esto se suman bajas médicas pagadas y la valoración de los motivos familiares como razón suficiente para no ir a trabajar, entre las promesas que ya deberían estar funcionando.
En su primera campaña también puso sobre la mesa la necesidad de una reforma educativa, y a lo largo de su primer mandato ha hablado mucho sobre este asunto, pero poco más. En 2010 firmó la Ley de Cuidado de Salud y Reconciliación Educativa, que prevé inversiones en escuelas pobres y de minorías, y en colegios de la comunidad, así como un aumento en las becas. Sin embargo, todavía queda mucho camino por recorrer para cumplir la promesa de “ofrecer a cada niño una educación de primera clase”.
Máster en Periodismo El Mundo.
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