El santuario eterno de Tutmosis III



Entre la montaña del Assasif y la zona de Khokha, en el límite entre la tierra cultivable y el desierto de la antigua ciudad de Tebas, hoy Luxor, se extiende el templo de 'Millones de Años' -el espacio dedicado al descanso eterno de los faraones- de Tutmosis III. El conquistador de un imperio que, desde Siria central hasta el norte de Sudán, perduró 300 años e hizo de Egipto la primera potencia del Próximo Oriente asiático.

A unos tres kilómetros de la orilla oeste del Nilo fue levantado hace casi 3.500 años para preservar la eternidad del difunto. Su entrada está flanqueada por un impresionante pilono de adobe conservado en gran parte y apartado del resto del templo por una carretera que sega el santuario en dos mitades. Desde el otro lado se aprecia un muro perimetral que aún se sostiene hasta 5 metros de altura. Y más allá, al fondo, la famosa montaña de el Qurna, vigilante.

Construcciones posteriores, la carretera y un grupo desperdigado de casas y cultivos, bajo las que aún se esconden el patio principal y el embarcadero, hacen aún más inquietante el trabajo del equipo de la sevillana Myriam Seco, que desde 2008 trabaja en la excavación de esta explanada de 19.000 metros cuadrados y en la restauración y documentación de cientos de tesoros y secretos hallados.


Fragmentos de una de las estatuas.
"Poco después del alba, los primeros rayos del sol iluminan perfectamente la fachada de esta monumental estructura mientras la luna llena aún se está ocultando tras la montaña de el Qurna", cuenta Myriam, la directora de un proyecto al que pueden quedarle 15 años de vida y que no sería posible sin la Fundación Botín, Banco Santander, Cemex y el apoyo de la Embajada de España en El Cairo.

En el interior del muro protector una rampa conecta con el segundo patio. "A ambos lados de esta rampa cuatro agujeros dispuestos geométricamente perfectos atraviesan la roca natural nueve metros hasta dar con el agua del Nilo. Son para alimentar a los árboles", explica Agustín Gamarra, responsable de la restauración arquitectónica. Lo que demuestra el amor por la botánica y la zoología del faraón. Una última rampa sube al pórtico de la terraza alta, donde se encuentra el peristilo, la sala hipóstila y el santuario. Hay más de 7 metros de altura entre la primera terraza, junto al pilono, y la tercera.

Reconstruir la identidad perdida

El deseo compartido por el extraordinario equipo que trabaja cada campaña de octubre a enero es abrir un museo al aire libre dedicado al público, porque no podemos olvidar que "reconstruir la vida del pasado, la identidad perdida, es el objetivo de la arqueología", precisa la restauradora María Antonia Moreno. Devolver a un lugar su historia. Un asunto que tratarán a fondo en la conferencia que se celebra el 16 de septiembre en la Casa Árabe de Madrid.

¿Cómo se levantaban verdaderas obras de ingeniería en el siglo XV a.C? Los antiguos egipcios eran grandes conocedores de la piedra y expertos en su trabajo, capaces de dirigir una organización impresionante. Sabían perforar la montaña.
Montañas enteras huecas y llenas de tumbas excavadas en la roca. Sabían pulir, cortar, tallar y transportar diferentes piedras, algunas de gran dureza, hasta alcanzar niveles de perfección asombrosos. Incluso conocían cómo reaccionaban estos materiales ante ciertos cambios.

El equipo trabajando en las inmediaciones del templo.



Por sorpresa, éste se convirtió en un doble hallazgo al descubrir, al poco tiempo de llegar, que el templo se había construido sobre una antigua necrópolis con enterramientos del Imperio Medio y el Segundo Periodo Intermedio. "Esto lo enriquece enormemente y multiplica las vías de investigación, pues hablamos de dos yacimientos que ocupan un mismo espacio y tenemos objetos de distintos períodos para estudiar", señala Myriam.

En seis años han dado con 12 tumbas, restos humanos de más de 40 personas, sarcófagos, animales momificados, miles de fragmentos de paredes, de suelos y de techos derrumbados. Relieves, estelas, esculturas, vasijas, platos, adornos, donde está representada toda la iconografía egipcia.

¿Cómo es posible encontrar restos del sexto faraón de la XVIII dinastía en buen estado de conservación? Son las propias capas de polvo y arena las que tapan los objetos durante siglos y los protegen, el clima de Egipto, muy seco, y las tumbas que, selladas durante años en el subsuelo, se convierten en guardianas del pasado. "Muchas veces los daños del hombre son los peores. Reutilizar elementos anteriores, coger estas piedras de aquí para un nuevo edificio allí, ha sido una práctica habitual a lo largo de los siglos", lamenta María Antonia Moreno.

El Napoleón de Egipto

Como tantas otras, la tumba de Tutmosis III, situada en este mismo Valle de los Reyes pero en lo alto de la montaña, fue saqueada. Las Crónicas sobre sus expediciones militares, conservadas en las paredes del templo de Karnak y en algunas estelas de la época, narran episodios de las campañas de Tutmosis III, que diseñó una ofensiva asiática y africana.

La primera victoria tuvo lugar en la estratégica ciudad de Meguido y a partir de ahí desarrollaría una ambiciosa política expansiva desde Palestina y Nubia hasta las tierras del Éufrates. Es conocido como el guerrero que nunca perdió una batalla, el Napoleón de Egipto, aunque hay que tener en cuenta que la propaganda guerrera egipcia solía magnificar las victorias y omitir las derrotas. Tampoco tenemos la certeza de que el faraón estuviera al frente de sus tropas en todas las campañas.

Estatua de Tutmosis III en el Museo de Luxor.
"No conocemos las razones exactas que provocaron la expedición militar a tierras asiáticas tan lejanas. En cualquier caso, no había ánimo de conquista y supuso el primer enfrentamiento de tropas egipcias contra aliados de los mitannios, la fuerza político-militar más importante del Próximo Oriente en aquellos tiempos", explica Javier Martínez.
El egiptólogo destaca especialmente la octava campaña, que tuvo lugar en el año 33 de su gobierno contando los años de regencia de Hatshepsut. Tropas egipcias desembarcaron en la ciudad de Biblos y desde aquella localidad costera recorrieron cientos de kilómetros, muchos de ellos por territorios hostiles, transportando barcazas desmontadas en carros tirados por bueyes.

Así llegaron a la ribera del Éufrates, donde ensamblaron los maderos y cruzaron el río en una demostración de capacidad militar muy evidente. Tutmosis III, recordado además por el reconocimiento a sus antepasados, hizo levantar una estela conmemorativa al lado de la que había erigido su abuelo, Tutmosis I. La campaña despertó la admiración de lejanas monarquías como Hatti, Asiria y Babilonia, que enviarían embajadores a la Corte egipcia.

Su figura pasó a la historia por su habilidad militar, pero también fue un gran diplomático y un gran gestor. Sirvan como ejemplo los siguientes: los dirigentes de los territorios conquistados que juraban fidelidad al faraón podían continuar en sus puestos y quedaban encargados del envío de tributos a la Corte Tebana, debían aprovisionar al ejército si pasaba por sus dominios y enviar a sus hijos a Egipto para ser formados bajo los designios del rey.
El espectacular imperio de Tutmosis III fue defendido hasta tiempos de Ramsés III, segundo faraón de la dinastía XX. Hay varios elementos que evidencian la importante proyección en el tiempo de Tutmosis III, si bien, en un periodo en el que la eternidad era la conquista más sagrada, llama la atención la cantidad de diferentes series de escarabeos, amuletos de vida y poder y símbolo de la resurrección en el Antiguo Egipto, con su nombre de entronización, Menkheperre, tallado. Esta debía ser la última batalla del difunto: un viaje sin regreso hacia la nueva vida.

Publicado el 03 de septiembre de 2014 en La Aventura de la Historia

Fotos: Tutmosis Temple Project

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